sábado, 5 de septiembre de 2015

Los Bosques

Los Bosques
Autor: Juan Carlos Guix
Las tendencias actuales
bosque en Perú
Según estimaciones de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación), la superficie actual de los bosques representa un 25% de la superficie total de las tierras emergidas del planeta (aproximadamente unos 3,400 millones de hectáreas de bosque). Más de la mitad de la cubierta arbórea del mundo se encuentra en países en desarrollo, que tienen una tasa anual de pérdida forestal de 0.65%. Por otra parte, los bosques están en plena expansión en los países más ricos, sea como consecuencia de las repoblaciones comerciales, sea por el abandono y reforestación natural de antiguas superficies agrícolas. Un análisis superficial de estos datos parecería indicar que, de forma general, los países más ricos conservan mejor los bosques que los países pobres. Sin embargo, un análisis más detallado indica que esto no es exactamente así.
Es cierto que los países ricos conservan mejor sus bosques. Por razones estratégicas o de mercado, algunos países ricos prefieren consumir madera y pasta de celulosa procedente de otros países antes que agotar sus propios recursos forestales. De este modo, los países ricos son los principales importadores de madera de los países tropicales. Además, son los principales impulsores de proyectos agropecuarios (ganadería extensiva) y de infraestructuras (por ejemplo: grandes centrales hidroeléctricas y carreteras) en los países pobres, que muchas veces provocan la destrucción de grandes superficies forestales. Así pues, se podría decir que las economías de los países desarrollados son las que más bosques consumen en el mundo.
No obstante, la pobreza también es una gran consumidora de árboles. En gran parte de las zonas rurales de los países tropicales, la leña es aún la principal fuente de combustible. Además, la ancestral estrategia de agricultura de subsistencia denominada "roza, tumba y quema" todavía persiste, a pesar de que ya existen conocimientos y tecnología suficientes para el desarrollo de una agricultura más rentable en suelos tropicales, que no precisa de una búsqueda casi permanente de nuevas tierras fértiles.
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¿Qué es un bosque?
Existen muchas aproximaciones y definiciones de lo que debe o lo que no debe entenderse por bosque.
Lo que caracteriza a un bosque no es la presencia de árboles más o menos altos, sino su densidad, o sea, el grado de cobertura de las especies arbóreas en relación a la superficie cubierta. Dependiendo de la densidad, una formación vegetal podrá tener una fisonomía más abierta (tipo sabana) o más cerrada (tipo bosque). Existen formaciones vegetales complejas, con estratos arbóreos bien definidos que, sin embargo, son difíciles de clasificar. Así, por ejemplo, lo que para unos es un "bosque medio abierto", puede ser una "sabana medio cerrada" para otros. La existencia de un suelo predominantemente cubierto por gramíneas (Poaceae) es un buen indicador de que la cantidad de luz que alcanza el suelo es elevada y, por lo tanto, que la densidad de especies arbóreas es demasiado baja para considerar una formación vegetal como bosque.
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¿Quién planta los bosques naturales?
Se puede decir que los animales frugívoros, el viento y el agua son los principales diseminadores de semillas en los bosques de todo el mundo. Las ventajas más evidentes de disponer de agentes bióticos (animales) y abióticos (viento, agua e incluso el propio fuego) de transporte de semillas son:
  1. mayores posibilidades de colonización y supervivencia; y
  2. un intercambio genético más efectivo entre las poblaciones de plantas.
Existen grupos de plantas que producen semillas con estructuras específicas para aumentar la flotabilidad en el aire (semillasanemocóricas) o en el agua (semillas hidrocóricas). Otras están cubiertas por tejidos nutritivos (pulpa, arilos) que las hacen atractivas para diversos animales, que las consumen y transportan en sus tractos digestivos (ej: semillas endozoocóricas). Entre los animales transportadores de semillas por vía gástrica destacan los vertebrados, tanto por su mayor movilidad como por su capacidad de transporte.
En los bosques tropicales son importantes diseminadores de semillas las aves, los primates arborícolas, los murciélagos frugívoros y algunos roedores; en los bosques de tipo mediterráneo las aves frugívoras, los mamíferos carnívoros y algunos roedores juegan también un papel muy importante en el transporte de semillas. Estos mecanismos de distribución de semillas por animales funcionan bien porque las plantas que producen frutos y los animales frugívoros establecen con frecuencia relaciones mutualistas en las que la planta cede alimento al animal y éste, a cambio, transporta sus semillas a sitios distantes de la planta madre.




Los Bosques
2da. Parte
Autor: Juan Carlos Guix
Evolución de un bosque
Evolución de las Comunidades Vegetales
La vegetación es un ente dinámico que evoluciona desde estructuras simples hacia otras complejas maduras en función de las condiciones ecológicas existentes. Si se produce un impacto, siempre que éste no sea irreversible, la vegetación puede evolucionar progresivamente hacia los estadios más maduros, que, sin embargo, no tienen un carácter estático, ya que en ellos siguen produciéndose cambios.
Interferencias en los
sistemas de diseminación de semillas
Cuando el ser humano produce cambios en un ecosistema que conllevan la rarefacción o extinción local, regional o global de animales frugívoros, no sólo está afectando negativamente a las poblaciones de estos animales, sino que también está rompiendo o simplificando relaciones mutualistas que afectan a los mecanismos naturales de diseminación de semillas y, por lo tanto, afecta indirectamente a las poblaciones de las especies de plantas que en ellas se implican.
Un ejemplo de cómo las interferencias producidas por el ser humano sobre la fauna pueden también afectar negativamente a las poblaciones de algunas plantas es el patrón de diseminación de semillas del palmito europeo (Chamaerops humilis), la única especie de palmera nativa del viejo continente. El palmito europeo produce frutos carnosos y crece en los matorrales que cubren los suelos pedregosos a lo largo de buena parte del litoral mediterráneo. Los frutos y semillas de esta especie son demasiado grandes para ser ingeridas enteras por las aves frugívoras que habitan estos ambientes y, por lo general, son ingeridos y dispersados únicamente por mamíferos carnívoros como el zorro (Vulpes vulpes) y la gineta (Genetta genetta). Ambas especies son consideradas como alimañas y frecuentemente son eliminadas utilizando lazos, escopetas o veneno. Si en una región donde vive el palmito se producen descensos acentuados en las poblaciones de estos y otros carnívoros, la efectividad de la diseminación de las semillas de esta planta se verá seriamente afectada.
Otras especies de plantas, al producir semillas con gran cantidad de reservas nutritivas para el futuro embrión, atraen animales que se nutren de estas reservas. Aunque dichos animales destruyen un elevado porcentaje de dichas semillas, muchas otras son transportadas y abandonadas, garantizando de este modo la reproducción y diseminación de la planta consumida. En los bosques mediterráneos, uno de los animales que se comportan de este modo es el arrendajo (Garrulus glandarius).
Los arrendajos son aves que se nutren del material de reserva del embrión (endosperma) de las bellotas de encinas (Quercus ilex) y robles (ej: Quercus cerrioides). Con frecuencia, estos córvidos -también considerados por muchas personas como alimañas- esconden bellotas en el suelo del bosque para consumirlas durante los períodos de escasez de alimento. Se estima que un único arrendajo puede llegar a esconder entre 5,700 y 11,000 bellotas en un solo otoño. Si durante el año siguiente hay abundancia de otros alimentos o si el arrendajo muere, habrá decenas, centenares o incluso miles de posibilidades de que las bellotas escondidas en el suelo germinen y produzcan plantas jóvenes capaces de llegar a producir una encina o roble adultos.
Supongamos la posibilidad de que la caza incidiera de forma muy severa sobre la población de arrendajos de un determinado bosque aislado. En los primeros años siguientes al descenso en la población de estas aves, habría una gran cantidad de bellotas en condiciones de germinar, pero años más tarde habría pocas bellotas diseminadas. Esto significa que la caza afectaría la efectividad de la diseminación de semillas y colonización de plantas jóvenes de distintas especies de Quercus de este bosque y, por tanto, a la propia regeneración y supervivencia del bosque a largo plazo.
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Incendios forestales
Se piensa que el ser humano viene prendiendo fuego a los bosques secos y sabanas de distintos continentes desde hace más de 20,000 años. Algunos paleontólogos consideran que ya en la segunda mitad del período cuaternario los cazadores-recolectores de Australia y África prendían fuego de forma habitual a la vegetación abierta y semiabierta para acorralar animales o provocarles la muerte con objeto de aprovechar su carne. Posiblemente, el ser humano aprendió primero a recoger los despojos de animales muertos por el fuego tras los incendios naturales, y en una segunda etapa podrían haber aprendido a provocarlos.
De hecho, la presencia de capas de plantas quemadas bajo la superficie de algunos suelos indica que algunos tipos de bosque mantenían con los incendios una relación más o menos armoniosa antes incluso de que el ser humano apareciera en continentes como Australia (hace más de 50,000 años) o América del Sur (hace más de 20,000 años). Si mucho antes de la aparición del ser humano algunos tipos de formaciones vegetales convivían con los fuegos esporádicos, esto quiere decir que estas formaciones se incendiaban de forma natural. Entre las causas principales de incendios naturales, entonces y hoy en día, se encuentran los rayos que se producen durante tempestades eléctricas acompañadas por poca o ninguna precipitación.
Buena parte de las especies vegetales de los bosques más secos y de las sabanas que sufrían incendios esporádicos desarrollaron mecanismos especiales para evitar la muerte de la planta tras el fuego. Entre estas adaptaciones figuran, por ejemplo, las cortezas gruesas de muchos árboles (p.e.: el alcornoque en los bosques mediterráneos) y una gran capacidad de rebrote de ciertas especies leñosas y herbáceas. Es posible que la capacidad de rebrote de algunas plantas mediterráneas no sea una adaptación directa al fuego, sino que haya surgido en buena parte por exaptación. Esto significa que los eficaces mecanismos desarrollados por las plantas mediterráneas para vivir en las extremas condiciones impuestas por el estrés hídrico estival por ejemplo, el desarrollo de raíces muy profundas les habrían servido también para convivir mejor con los episodios de fuego.
A pesar de todo, se estima que los incendios naturales en los bosques mediterráneos no eran frecuentes, sino esporádicos, lo que dejaba tiempo suficiente para la recuperación natural del bosque. Lo que el hombre viene haciendo (de forma voluntaria o inadvertida) es incrementar la frecuencia de aparición de los incendios en un mismo lugar, lo que limita mucho la capacidad de recuperación de las formaciones vegetales.
Cuando un área forestal sufre incendios a intervalos de tiempo excesivamente cortos, no sólo la estructura de la vegetación se ve alterada, sino también la composición de especies de la comunidad. A medida que se suceden los episodios de incendio y regeneración, cada vez rebrotan menos especies leñosas, y cada vez aparecen más especies colonizadoras que no aparecían originalmente, principalmente gramíneas. A causa de la proliferación de estas plantas, se origina en el suelo un fenómeno denominado "sabanización", que se produce de forma similar en distintas regiones del mundo. La sabanización, cuando se acompaña de nuevos fuegos repetidos y lluvias torrenciales, conduce a la erosión y la pérdida de suelo fértil, lo cual, en las regiones de clima semiárido, puede conducir a una situación de esterilidad casi total del suelo, limitando la capacidad de recolonización de las plantas autóctonas. Este fenómeno es lo que frecuentemente se denomina desertización del paisaje.












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